Legado Pasqual Maragall

Con motivo del #DiadEuropa, la Fundació Catalunya Europa organiza un gran diálogo sobre el papel de la cultura en la construcción del proyecto europeo

El problema cultural de Europa se resuelve en las escuelas



Crónica de Joan Burdeus publicada a la Nube.
@joanburdeus

Sensación de déjà vu para bien y para mal la tarde que se celebraba el Día de Europa en el Museo Tàpies. Organizado por la Fundació Catalunya Europa que tiene por objetivo difundir el legado de Pasqual Maragall. A las sillas del auditorio había tarjetas de colores con frases de Maragall “Europa no es tanto los Estados como sus ciudades y su gente”, y fuerza amigos y autoridades acabaron llevándoselas a casa. Déjà vu para mal porque Europa ve una crisis al horizonte, y parece que la historia de Europa sea una crisis perpetua. Déjà vu para bien porque según los invitados la respuesta a los males de Europa siempre es más Europa. Más que el catastrofismo, se impuso un tono confiado en la resiliencia de las instituciones europeas a sus ilusos enterradores.



El acto central del día de Europa era una conversación sobre cultura. participaban Nuria Iceta Llorens, directora del Adelanto, Salvador Sunyer i Bover, exdirector del Festival Temporada Alta y Alexandra Lebret, productora, directora de Together Fund y exdirectora del European Producers Club (EPC), todo ello moderado por Lisis Andrés Palacios, jefe de comunicación del Auditorio. A templo de las artes plásticas, una persona de libros, una de teatro, una de cine, y una de música: más europeo que una sinfonía de Beethoven. Incluso en la lengua hubo oda al Viejo Continente: pudiendo elegir entre el inglés y el francés, Lebret optó por la lengua de De Gaulle y fue una de aquellas decisiones que te hace dar cuenta de hasta qué punto es absurdo haber aceptado el inglés por todo.

La cosa empezó con la pregunta más europea imaginable de todas, aquello de como reconciliar la unidad y la diversidad, que habría hecho hacer volteretas al romántico Friedrich Schiller, autor de la letra de la novena en que, como sabemos, acaba con que todos los hombres vuelven a ser hermanos. Sunyer, que no por casualidad viene del teatro, señaló que “vivimos un momento en que todo pasa por el yo” y que, ante este foco identitarista que él encuentra terrible, proponía un desplazamiento hacia la pertenencia en un territorio: “No me marca el que soy, sino el lugar por donde me muevo”. Iceta reivindicó una distinción de Raül Garrigasait (tampoco por casualidad, autor publicado por El Adelanto) entre herencia y tradición: la herencia es el que te es dado de manera inercial, “que puede llegar a ser un problema”, mientras que la tradición es “como incorporas esta herencia en tu vida, como inculturas el legado”. Lebret dijo que “siempre hay una tensión entre unidad y diferencia” y que, justamente, el audiovisual había sido uno de los medios más salidos bien en la hora de crear una idea de Europa donde esta tensión se resolviera de manera feliz. En los cines donde hay cine europeo, escuchamos lenguas y vemos paisajes mucho más ricos y varios que nada del que puede ofrecer la máquina aplanadora americana.

Hablando, de América, Donald Trump salió poco, que es mucho de agradecer en estas semanas en que roba el protagonismo a todos los actos. Lebret ayudó recordando que en Francia ya hace décadas que el Frente Nacional es una cosa. Y, justamente gracias a este diferencial de experiencia con la extrema derecha, la veterana del audiovisual europeo habló de un estudio que se convertiría en el protagonista de la conversación y uno de los grandes hits de la vetllanda: resulta que los lugares de Francia donde hay más cines, el Frente Nacional saca peores resultados que dónde hay menos. Esta correlación esperanzadora se convertiría en una ayuda empírica para la idea central de los tres ponentes: que la cultura tiene un papel fundamental para combatir los retos políticos de Europa como por ejemplo la guerra y la inmigración y que, por lo tanto, “la cultura tendría que tener un lugar esencial en los Objetivos de Desarrollo Sostenible” (Iceta), o que, igual que tenemos Centros de Atención Primaria (JEFE), tendríamos que tener Centros de Atención Cultural, (CAC) que “más allá de programar, actuaran como centros de actividad con el objetivo que todo el mundo tenga acceso a la cultura” (Sunyer).

La conversación acabó con un consenso que podríamos definir cómo “Es la escuela, estúpidos”. Igual que la guerra comercial de Trump nos ha hecho dar cuenta que dependíamos de los Estados Unidos en las industrias estratégicas y que la economía europea estaba demasiado orientada hacia la exportación, la cultura europea también se puede ver como un sector estratégico que tiene un problema de demanda interna, que Sunyer resumió explicando que solo el 6% de los ciudadanos va al teatro un golpe en el año.

Ante esto, los tres pusieron un énfasis fortísimo sobre la enseñanza y el acceso universal, pidiendo la creación de programas que incluyan la cultura en el currículum escolar para crear una nueva generación de públicos formados y receptivos que entienda de manera natural que leer un libro o ir al teatro no es el mismo que pasar dos horas a TikTok.

Hablando de la vida familiar y de los cambios en los niveles de consumo cultural entre las nuevas generaciones que vemos a raíz de las redes sociales, se impuso la conclusión que el gusto cultural no aparece como una seta, sino que depende de las condiciones educativas que la política y la economía establecen durante la infancia. Es decir: que ningún declive es inevitable y que diseños diferentes dan resultados diferentes. “No es fácil, pero tampoco tendría que ser tan difícil” remachó Ledret, y el auditorio estaba de acuerdo.


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